lunes, 31 de diciembre de 2007

Este año nuevo llega una hora adelantado.



A raíz de la decisión tecno-política de adelantar una hora en nuestros relojes, hoy tuve una interesante discusión con un amigo que derivó en algo pseudofilosófico acerca del tiempo. Aquí las conclusiones a las que llegamos, o al menos a las que llegué yo.


La cosa es así, ayer habíamos arreglado para encontrarnos a las tres de la tarde en el Parque Rivadavia para husmear un poco entre libros viejos. Yo me desperté al mediodía, comí una porción de tarta y después me quedé charlando con mi abuelo en la cocina, tomamos mate también. Yo tenía que matar el tiempo hasta la hora de salir, hasta las tres menos veinte más o menos. Cuando el reloj ya había ubicado sus agujas en la posición de la una y cinco, mi abuelo me preguntó “¿vos estás seguro que este pibe sabe que cambiaron la hora? ¿Se van a encontrar a las tres de hoy o a las tres de siempre?”, y no, yo no lo sabía. Así que le mandé un mensaje al celular que preguntaba “¿nos encontramos a las tres, pero, dentro de 50 minutos o dentro de 110 minutos?”. No me respondió, y yo supuse, acertadamente, que no tendría crédito.


Eran las dos y el aburrimiento me asfixiaba, así que decidí ir al parque. Llegué dos y cuarto al parque y Daniel ya estaba ahí. Estaba sentado con la cabeza entre las manos. No me vio venir, recién se dio cuenta que había llegado cuando me senté a su lado y le dije “qué haces che”. Me dijo “hola, vine antes porque supuse que no le ibas a dar bola al cambio de horario ese que quisieron inventar”. “Sí, yo pensé lo mismo de vos” le respondí.


Dimos un par de vueltas por el parque sin comprar nada, y después nos sentamos en un café de Rivadavia. Creo que pedimos dos cortados, no importa. En el parque habíamos hablado de minas y de algún amigo ausente, lo de siempre. Pero fue en el preciso momento en que el mozo nos trajo los cafés que Daniel dijo “esto de festejar el fin de año es una estupidez, yo no entiendo qué tiene que ver el tiempo con el calendario”.


Así empezó la charla, que no intentaré rescribir acá porque esto no es un cuento ni un relato, sino simplemente un par de conclusiones que saqué de esa charla. Aclaro algo, todo lo que se diga a continuación y resulte interesante salió de la boca de Daniel. El resto, que es casi todo, lo digo yo.



El tiempo no tiene nada que ver con el calendario, ni con los relojes. Esas cosas son tristes intentos de los seres humanos por controlar o medir de alguna manera el paso del tiempo. Cuando comienza un nuevo año nos sentimos reconfortados si el que dejamos atrás no fue bueno. Pensamos “quizás este sea mejor”. Esperamos tener mejor suerte, que los astros se alineen según nuestra conveniencia y Dios se disponga a nuestro favor. En el más mínima trivialidad que consiste en sacar el calendario “2007”, y poner el nuevo, próspero y flamante calendario “2008” que nos acaban de regalar en la verdulería, se puede ver una suerte de acto de fe. Creer que hay algo que termina y algo que comienza, algo nuevo que viene a reemplazar a algo viejo, es un acto de fe. Y con acto de fe acá quiero decir: algo en lo que necesitamos creer, pero que de hecho es falso. Algo que nos encantaría que fuera verdad, pero no lo es (tal y como la existencia de Dios, o del Paraíso, temas estos en los que prefiero no inmiscuirme de momento, para evitar roces con ciertas niñas con delirios místicos que suelo frecuentar).


Voy a repetirlo, porque Daniel tiró esta frase como una patada ninja: el tiempo no tiene nada que ver con el calendario. No pasa por ahí. La temporalidad no es una situación lineal en la que un ahora (o momento, o instante, según se prefiera) viene a suceder a otro ahora. No, no es eso. Yo no se qué es, pero eso no. Quizás sea como Platón dijo “el tiempo es la imagen móvil de la eternidad”, y Aristóteles confirmó diciendo que “el tiempo es el número del movimiento”. Quizás tengan razón ellos. El problema es que después de decir esas frases tan poéticas (la de Platón especialmente, ¿no? Yo creo que aunque Platón denostara tanto a la poesía, en el fondo, él, era un poeta. Y quizás no tan en el fondo también) salieron corriendo, y después murieron sin explicarnos qué significa todo esto (bueno, quizás esté siendo un poco injusto. No importa, esto no se trata de justicia).


Todavía estamos como aquel Agustín de Hipona que se lamentaba “¿qué es el tiempo? Si no me lo preguntan lo sé, pero cuando me lo preguntan ya nada puedo contestar”. Somos incapaces de captar un mísero instante. Es todo tan fugaz, como decía el tangote mi abuelo a la mañana, que cuando intentamos fijar nuestra mente en un ahora presente, ya se ha convertido en pasado. El tiempo no es, sino que ha sido y será. Y cuando es, es siendo. Y eso que es siendo no es otra cosa que nosotros mismos. Y cuando establecemos parámetros fijos y lineales para medir el tiempo, lo que intentamos hacer es organizar nuestro tiempo (ok, esto es obvio, lo reconozco, pero de todos modos quería decirlo). ¿Qué sería de nosotros si miráramos hacia atrás y no pudiéramos definir qué distancia hay entre nuestro nacimiento, la entrada al colegio y nuestro primer beso? ¿Cómo hubiera hecho para encontrarme con Daniel en el parque si no hubiera tenido un reloj en la cocina de casa? Es claro, sin dichos artilugios todo sería todo mucho más caótico de lo que es ahora. Por eso, quédense tranquilos que no pretendo abolir los almanaques, ni los relojes, ni los festejos de año nuevo (aunque cada vez me molesten más los petardos) si sirven para darle algo de alegría a las personas.


Solo quiero decir que más allá de todo ello sucede un fenómeno, que es el temporal, que nos atraviesa, nos descuartiza. Nos deconstruye (no en sentido técnico derrideano), nos desintegra y nos arroja a la decadencia, al desierto. El tiempo somos nosotros (esto no es nada nuevo, si ya lo dijo Heid), y cuando decimos que el tiempo pasa rápido, lo que estamos diciendo es que nosotros pasamos rápido por este mundo. Son todas maneras sutiles y disimuladas de lamentarnos por la brevedad de nuestra vida, de nuestro tiempo. Sí, como dijo Daniel mientras volvíamos, el calendario es la materialización de la angustia del ser que se sabe mortal y limitado en todo sentido.


Veamos cómo empieza el año ese ser angustiado y angustiante. ¿Qué hace en verano la gente? Huye del calor, de la ciudad. Claro, si la ciudad es un loquero. Hay que escapar de Babilonia, como decía Bob Marley. ¿Y adonde vamos? se preguntan. ¡A Mardel! (o Pinamar, o Punta, es igual). Nos vamos de veraneo a “la feliz”, a comprar pulóveres y a sacarnos fotos con esas horribles focas de la rambla. Una vez instalados en nuestro depto de Punta Mogotes nos levantamos tempranito (pero no tanto porque anoche salimos a bailar y tomamos unos traguitos de más), levantamos la persiana preguntándonos cómo estará el tiempo (¿se dan cuenta?), y con inusitada alegría gritamos a los que todavía duermen “!levantensén que hoy hace un día hermoso!”. Sombrillita y reposera en mano, vamos a la playa oh oh oh oh. Con su permiso, voy a ponerle un nombre un tanto trillado a todo esto: LA ETERNA REPETICIÓN DE LO MISMO. Y ahora pregunto: ¿Dónde estará lo nuevo en un año que empieza así?


Y esto te lo digo a vos, sí, a vos, mariposita mía. Ese calendario lleno de augurios de felicidad que acabás de colgar en tu casa no va a traer nada nuevo, sabelo. También sabé que si querés algo nuevo en tu año, en tu tiempo (que, por si todavía no te quedó claro, ¡es tu vida!) lo vas a tener que conseguir vos solita, más allá del 2008, del calentamiento global, de los mosquitos y de la nieve patriótica. Hacé planes, proyectate hacia el futuro, date tu nuevo ser. Que te importe nada el “feliz año” que te desean los vecinos. Respondeles con un “igualmente” lleno de compasión, y andá a buscar a tu amiga, o a leer un libro, o a acariciar a tu perro. Pero por favor, no te estanques en cuentos de hadas. No compres una temporalidad trizada y mojada con Sidra y Fresita (¿existirá alguien en este mundo a quien realmente le guste la Fresita?). Hacete cargo de vos misma, y sé responsable de todo y ante todo. Nada más.
D.


viernes, 28 de diciembre de 2007

bambalinas

Sus cabellos caían extendidos sobre mi vientre, desparramados. Eran como bambalinas que afirmaban y daban sentido a la obra que se desarrollaba, oculta, del otro lado. El sol comenzaba a proyectarse a través de los agujeros de la persiana, y uno de esos preciosos pero insolentes halos de luz se estrellaba directo contra su cráneo, dándole una especie de aureola sacra a la doncella del pecado. Yo no podía estarme quieto. Con la vista hipnotizada en el ventilador y su girar idiota, me escuché decir “sacámelo y seguí así, dale”. De más está decir que me hizo caso, y que siguió haciéndome caso por diez minutos.

Los parlantes de la radio empezaron a escupir una canción de Bob Marley. Creo que era Bob Marley, en realidad no lo sé. El caso es que en ese mismo instante de música aletargada, Ludmila, con un sutil pero inexorable movimiento de su mano corrió el telón, y expuso ante mí el espectáculo de su boca infamada. Hundí mis dedos en su cabeza, apreté con fuerza, y en un rapto de irracionalidad dejé de ser yo por un par de eternos segundos.

Su impúdica lengua ya nadaba en esa absurda viscosidad de espermas condenados a la nada, escondida detrás de una sonrisa soberbia que denotaba cierto exceso de autosatisfacción. Tenía los labios comprimidos y los ojos verdes bien abiertos, llenos de mentiras a punto de estallar. Pasó al baño envuelta en una sábana, y yo quedé desnudo en la cama, ya vacía de ella. La vi entrar de nuevo al cuarto como un huracán de gritos silenciados que acababa de quedarse dormido. Se quedó parada al lado de la cama mientras caían las primeras gotas de una tormenta que duraría todo el verano, y con la mirada perdida en el afuera me dijo “en tres días me voy a Bélgica, ya no nos vamos a volver a ver”. Yo no le respondí, no tenía nada que decir. ¿Cómo podía importarme el futuro después de haber transitado el camino de la eternidad?
Al cabo de varios minutos de silencio me pidió que le llamara un taxi. No nos dijimos ni siquiera adiós, nada de despedidas. Hubiera sido en vano estorbar esa breve eternidad con un cierre ficticio, y para peor, hecho de palabras.

EN EL MUNDO DE LO PERECEDERO Y LO CORRUPTIBLE EL AMOR SE CONVIERTE EN LA MÁS ALTANERA DE NUESTRAS NECESIDADES.

Eso anoté en un pedazo de papel después de cerrar la puerta que nos mantendría separados por el resto de nuestras vidas. Entonces no sabía qué era el amor, y quizás hoy tampoco lo sepa. Pero creo que aquella noche Ludmila me condujo al punto exacto donde confluyen lo uno y lo múltiple, lo sagrado y lo profano, donde se encuentran la vida y la muerte. Ojalá alguna vez pudiéramos regresar, juntos, a aquel abismo de los abismos. Ludmila…
D.

jueves, 6 de diciembre de 2007

internet free



“La habitación es chica y oscura, pero al menos tenemos internet free en la recepción”. Eso dijo Federico una vez que nos instalamos en el hostel de Valparaíso. Veníamos viajando por el sur de América, desde Caracas hasta Tierra del Fuego. Ahí tomaríamos un avión de vuelta a Caracas, de vuelta a la rutina del estudiante universitario. Ya nos quedaban pocas materias a los dos para recibirnos, de sociólogo él y de licenciado en filosofía yo, y si bien nos gustaba bastante lo que estudiábamos, necesitábamos un descanso. Por eso decidimos hacer este viaje. Para alejarnos por un tiempo de los exámenes, presentaciones y monografías. Ver otras realidades y aprender cosas nuevas, eso queríamos.

El dueño del hostel hablaba con acento ruso. Aunque quizás sea un poco exagerado decir que hablaba. Se limitaba a hacer pequeños pero toscos ruidos con su boca, que acaso él creyese que nosotros podíamos inteligirlos a la perfección. La verdad es que no se le entendía nada, y de no ser por los carteles que tenía pegados en la recepción no hubiéramos sabido el precio del cuarto. Después nos enteramos que era ucraniano, había venido de Kiev en 1991 y todavía no aprendía el castellano. Unas checas que dormían en la habitación contigua a la nuestra nos lo contaron. Eran lindas las checas, Fede tuvo suerte y se cogió a una. Yo me le tiré a la otra una noche, pero me corrió la cara, y seguimos hablando estupideces en un inglés rústico. Visitamos con ellas la casa de Neruda, el puerto y la parte histórica. Nos pareció una ciudad muy atractiva, pero siempre al borde de la tragedia. Todo orden y armonía en Valparaíso pendía de un fino hilo. Desde el terremoto más destructivo hasta el derrumbe de una casa en lo alto, que provocaría por efecto dominó el derrumbe de las casas inferiores. Todo podía pasar ahí, era la ciudad límite.

Después de Valparaíso teníamos pensado ir a Valdivia. Pero las checas iban a tomar un micro hacia Temuco, y nosotros decidimos ir con ellas. En realidad fue Fede que quiso seguir viaje con ellas. A mi me daba igual, así que accedí fácilmente. El viaje era largo, toda la noche en la ruta íbamos a estar. De todos modos no teníamos miedo de nada, porque por lo que habíamos podido ver, y a diferencia del resto de Latinoamérica, las rutas en Chile estaban en excelente estado, y los choferes conducían bastante bien. Salimos de Valparaíso a las ocho de la noche, el micro pasó por Santiago, y luego tomó la Autopista Austral hacia el sur. Estábamos sentados en la parte trasera del coche, yo iba con Jana en el último asiento, atrás de Fede y la rubia. Creo que se llamaba Petra, o Pietra. Algo así. A las diez nos dieron una cena que consistía en un sándwich de queso, una botella de gaseosa y una manzana. También podía ser naranja, pero estaban feas, o al menos eso nos pareció a los tres. Jana se había dormido a los veinte minutos de subir al micro, situación que aproveché para comer su sándwich. Tenía mucho hambre atrasado.

Por las ventanas se veía la mas absoluta oscuridad. Ningún auto a lo lejos. Solamente los faros del micro y las tenues columnas de iluminación ubicadas al costado de la ruta. Había una cierta calma inquietante en el aire. Era como la calma que antecede a toda gran tormenta, o como el momento en que tu vieja toma aire para luego empezar a gritarte por haber roto la lámpara del living de un pelotazo. No sabés ciertamente qué va a suceder, pero lo ves venir.

Estaban dando una película de vampiros, que no llegaba ser de terror por cierto humor patético que intentaban ensayar los actores. Le presté atención los primeros tres minutos, y después seguí mirando de reojo el escote de Jana. Ya habían apagado las luces del pasillo, por lo que guardé el libro de Bukowski en la mochila que luego dejé debajo del asiento de Fede. Él venía despierto, tenía la mitad de su cuerpo sobre la rubia, los podía ver a través del pequeño espacio libre entre sus respaldos. Era muy puta esa piba, era una puta de mierda. Después la miré a Jana y pensé que quizás en el sur tuviera suerte con ella. Sentí mucha envidia de Federico, una envidia muy peligrosamente parecida a la bronca. Pensé en molestarlo de alguna forma, y lo interrumpí para pedirle el discman. Me miró con cara de “que molesto que sos”, pero me dijo “claro que si, tomá. Está puesto el de Zeppelín, si querés otro me avisás”. Le dije que no, que Zeppelín estaba bien. Me puse los auriculares y cerré los ojos. Era Zeppelín III, y el grito de Inmigrant Song me sobresaltó inusitadamente. Me puso muy nervioso y al abrir los ojos apreté el botón del aparatito varias veces para cambiar de tema. Todos los pasajeros parecían haberse dormido, excepto Fede y su chica, claro. Al lado del televisor, que había sido invadido por colmillos sangrientos, habían tres lucecitas rojas, dos fijas y una centelleante, que retuvieron a mis ojos por varios minutos. Estaba realmente exaltado, y no sabia por qué. Empezó a sonar un blues medio dramático, era Since I´ve been loving you, y yo volví a cerrar los ojos. Mi cuerpo entero se estremeció con el primer solo de guitarra. Traté de volver a calmarme, y creo que lo logré, porque me quedé dormido escuchando esa canción.


Ahora el disco lo tengo yo, lo encontré tirado en la banquina después del accidente. El discman se perdió, igualmente a nadie le importaba. Fede estaba muerto. El micro le había aplastado tres cuartas partes del cuerpo, desde el tórax hasta los pies, todo debajo del micro. La sangre le brotaba de la boca, chorros y chorros que no paraban de manar. No parecía sangre, era un líquido marrón, muy oscuro. Al verlo no pude contener el vómito, y creo que le manché la cara con pedazos del sándwich de queso de la checa. Sí, le vomité la cara, que ya no era su cara. Era el rostro de la muerte que se lo había apropiado. Tenía los ojos abiertos, perdidos en la nada. Estuve media hora mirándolo, hasta que llegó la ambulancia y me trajeron al hospital. A el lo dejaron ahí tirado, de cara a la luna.

Después los médicos me dijeron que Fede había muerto instantáneamente. Yo ya lo sabía. Igualmente la noticia ne hizo llorar como si estuviera enterándome en ese momento. Y por primera vez en la noche derramé sangre sobre mi cuerpo, y aprendí que de ahí en más viviría abocado a mi propia muerte, lo quisiera o no.
D.


martes, 27 de noviembre de 2007

Una noche de cristal
Ya había tomado demasiado. Eran las 3 de la madrugada y Martín había huido del bar donde solía encontrarse con sus amigos. Gnomos se llamaba, y para esa hora ya estaba totalmente lleno de perfectos idiotas y minitas zarpadas que nunca jamás le darían bola. Martín odiaba ese lugar, sólo iba por sus amigos. Pero esa noche también odiaba a sus amigos. Aunque más preciso sería decir que esa noche comenzó a odiar también a sus amigos.
Dijo que iba al baño y desapareció, dejando por la mitad su vaso de cerveza ya tibia. La campera la dejó colgada en el respaldo de su silla, y cuando salió a la calle se arrepintió y tuvo ganas de volver a buscarla. La había dejado a propósito, no tenía sentido llevarla al baño. Los pibes le hubieran preguntado algo, era demasiado obvio. Afuera hacía frío, pero decidió dejar la campera ahí. Alguno de sus amigos se la llevaría y luego se la devolvería. Aunque en realidad tampoco le importaba perderla. ¿Qué importa? Es una puta campera…
Estaba a quince cuadras de la pensión donde paraba desde marzo. No era demasiado lejos para volver caminando, así que agarró por la avenida y empezó a subir. Su cuerpo entero temblaba, y sus piernas caminaban solas, casi por inercia. Martín se sentía borracho y solamente tenía ganas de llegar a su cuarto, tomar agua y acostarse. Y dormir mucho, dos días seguidos, o más. Quería olvidarse de todo. Del trabajo que no tenía, de la plata que le faltaba para pagarle a la vieja de la pensión, de su padre que lo había echado de casa… de Lucía. Fundamentalmente, de Lucía, que le había dicho que si no dejaba de tomar y buscaba un buen laburo lo abandonaba. De Lucía, que lo abandonó. Y de todo lo demás también, porque estaba todo mal. Porque ahora no podía ni siquiera tomar unas cervezas con sus amigos sin sentir ganas de golpearlos, de partirles la botella en la jeta.
No podía entender cómo se le había escapado todo de las manos en tan poco tiempo. Mientras recordaba que un par de meses atrás, exactamente el 21 de octubre del año pasado, estaba con su padre, sus amigos y Lucía festejando su cumpleaños, se vio a si mismo frente a una botella de vino que acababa de pedir. Había entrado a otro bar. Era un bar cualquiera, no sabía el nombre ni conocía al dueño. Pero tenían vino, y una gran variedad de botellas detrás de la barra que le procurarían alivio a la depresión que sentía esa noche. Ginebra, Ron, Vodka, Whisky, Tequila, leía mientras inundaba su boca de vino.
Sonaba en el bar una música densa, pesada. No por grandes distorsiones o baterías atronadoras. La densidad no consistía en eso. Era peor, ya que residía en el hecho de transmitir una especie de atmósfera tenebrosa. Una música oscura, ya por las melodías malditas, ya por las letras abstrusas cantadas con una voz de frenada de auto. De auto que irremediblemente chocará, y desbordará de sangre y gritos.
Es un criminal mambo, decía y repetía esa voz carrasposa, con su particular fraseo marcial. Criminal criminal mambo y una guitarra maldita, que a Martín le dieron ganas de romper la botella vacía en la cabeza del flaco que acababa de entrar al bar abrazando a Lucía.

viernes, 23 de noviembre de 2007





Universo
Infancia
Signos

Cruz
Viento
Sangre

Dios
Cogito
Ser

Hoy
Oriente y
Hombre

Renacerme
Ya






jueves, 22 de noviembre de 2007

La verdad es la única realidad



Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja;
la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente
el presente, pero pertenecen a la realidad.

La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso
cubriendo la Patagonia
porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad, como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha
hacia la victoria o
hacia la muerte,
que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.


Paco Urondo - Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973

martes, 20 de noviembre de 2007

Acabo de encontrarme con este texto en la pc, pero el problema es que no recuerdo haberlo escrito. Si lo hice, fue hace más de dos años, ya que la confianza que le tengo a mi memoria no excede ese período de tiempo. Dos años, lo que sucedió hace cinco años por ejemplo, ya ha sido borrado de mi mente. Pero ya estoy desvariando. Lo que quiero decir es que si algún cibernauta o cosmonauta que tropieza con este no-lugar lee este escrito, y se reconoce como su autor, que me lo diga. No crea que le voy a pagar derechos intelectuales, ni mucho menos felicitarlo. Simplemente quisiera saber quien fue capaz de perder varios minutos de su madrugada escribiendo esto. Más aun, me encantaría enterarme de que no fui yo quien lo hizo. También se aceptan autores falsos, aunque eso si, vengan de a uno asi se me hace más creible.

Aquí es donde dejo de escribir yo, y comienza el otro (que acaso no sea otro más que usted. Y usted, en una de esas abstrusas simetrías de la realidad, no sea nadie más que yo)...

...
¿Y si al final sí existe dios? ¿Qué pasaría si en verdad tiene barba y se anda de bata y chinelas, y es el tirano de un imperio celestial, eternamente arriba? ¿Y que hay de los ángeles? ¿Serán reales esas huestes blanquecinas?

No tengo argumentos para esgrimir a favor de una postura de creencia o de no-creencia con respecto a todo esto, entonces lo mas razonable es imaginar todas las posibilidades, y elegir la más simpática(1).
Cuantos quilos de papel se hubieran ahorrado si el hombre se supiera eterno? Mares de tinta por cuyas aguas naufragan conquistadores de certezas… Evitaría miles y miles de noches de angustia existencial si tuviera la certeza de que voy a seguir siendo yo después de morir. Es que la razón nos lleva hasta la punta de un precipicio, ante el cual no queda otra opción que detenerse… o saltar a los brazos de Dios. Y lo cierto es que cada vez que intenté saltar, fui presa del abismo. Ningún par de brazos divinos acudió a mi rescate.
De todas maneras, imagino que la humanidad solo se preocuparía por vivir, pero de verdad, si no tuviera que ocupar su tiempo pensando en la muerte, preguntándose qué hay mas allá. En suma, si de hecho existe un mas allá, o solo hay nada.

(1) Vamos a ser sinceros: no creo que esto de elegir la opción más simpática sea lo mejor. Es una manera de justificar un pequeño recreo en esta madrugada de libros, café y cigarrillos ajenos. Creo que la verdad –o aquello que llamamos verdad, pero que no sabemos si en realidad existe, lo que configura una situación muy sospechosamente similar a la de Dios- en exiguas ocasiones suele ser simpática. Y digo esto para no ser más explícito y decir que la verdad real, cuando es verdadera, suele ser tétrica, horrenda, caótica, angustiosa y –lo que es peor- incierta.

domingo, 18 de noviembre de 2007





Ella mira por la ventana y llora lágrimas digitales, piensa que su futuro está desconectado. No hay sistema de pensamiento que pueda explicar su alma, no hay sistema de realidad en el que pueda insertarse sin producir eso que algunos viejos sabios llaman angustia del que sabe que se muere. Ahora se pone su pulóver marrón y enciende la radio. No sabe que la muerte tiene forma de sinfonía –sólo lo sospecha. El viento que cierra la puerta, el viento que cruza fronteras y que lleva sábanas de una terraza a otra. Empuja la puerta que estaca su grito al concierto de interrogantes. Y ella sigue llorando, sin siquiera saber por qué.

Joaquín está escondido detrás de un viejo Renault abandonado. La mira a través de la ventana, y piensa que si fuera poeta, ella podría ser su musa cardinal. Con ella como inspiración escribiría los versos más bellos, más tristemente bellos. Se imagina sentado en una mesa de Corrientes, entre cafés y sonrisas tristes. Si tan solo fuera poeta – se repite. Pero no, el que no sabe escribir, ni cantar ni nada, solo y sólo se queda con la tristeza. La tristeza del que sabe que vive sin sacar nada-de-sí, y después se muere.

Yo, que miro desde adentro del auto, los conozco a los dos. Y sé que en el fondo ambos desean lo mismo. Bien saben que luego de esta vida serán nada, y precisamente por eso es que quisieran poder encontrarse y regalarse un pequeño instante de eternidad. Un breve lapso eterno, que siempre es igual. Que siempre dura nada, y después se desvanece. Se muere.

viernes, 16 de noviembre de 2007

todos los hombres, el árbol



Estoy sentado en frente de un árbol que parece como si también fuera yo. Como una continuidad de mi, desde la nada que está adentro mio. En el parque no hay nadie, tal vez ya no haya nadie en toda la ciudad. Yo no se por que los demás chicos no vienen a jugar cuando llueve, a mi me encanta correr debajo de la lluvia. En realidad no importan demasiado los otros, pero sería lindo que también pudieran disfrutar de lo bello.

Lo que importa es ese árbol, que me mira y me huele. Creo que hasta me tiene lástima. Me ve acá sentado, sólo, debajo de la lluvia, sólo… Debo darle lástima, seguro. Quizás hasta asco. Debería decirle que él también me inspira lástima, no importa que no me entienda. Aunque en realidad, tal vez sí me entienda. Tal vez los árboles nos entienden mejor a los humanos que nosotros mismos. Son muy raros los humanos, yo no se que pensar de ellos. Mejor no le digo nada al árbol, a ver si todavía lo lastimo. Porque la lástima no es linda, a mi no me gusta que me tengan lástima. A veces Mariana me dice que doy lástima y a mi me dan ganas de llorar, o de irme al parque a mirar árboles. Porque los árboles son como yo, en esta tarde linda, en este parque vacío. Pobre árbol, está ahí debajo de la lluvia. Seguro tiene ganas de salir corriendo, de irse a otro lado, o no se, a ningún lado. Ojalá no tuviera esas raíces que lo atan al mundo. Todo embarrado encima, pobrecito.

Cuando llegue a casa voy a preguntarle a Mariana, a ver qué piensa de los árboles. Seguro me dice que me calle, que deje de hablar estupideces. No me importa, en el fondo ella es buena y me quiere. Aunque me haga tomar esas pastillas que me ponen malo, y me ate a la cama. Dice que es por mi bien, pero a mi no me gusta. Después me quedan todas las manos lastimadas. Los pies también, porque ella me ata las manos y los pies. Es mala conmigo la tía Mariana, es mala. Es re feo estar así. Igual que vos, con esas raíces como tumbas, embarradas, y con esas ramas peladas incrustadas en el cielo gris. ¿Vos me escuchás no? ¿Querés estar solo? Bueno entonces me voy. Le voy a preguntar a Mariana donde tenés los oídos. Chau árbol, chau.


lunes, 12 de noviembre de 2007

Florencia es ciudad y flor y mujer, y ciudad-flor y ciudad-mujer y niña-flor, todo a la vez. Y el extraño objeto que así aparece posee la liquidez de lo fluvial, el dulce ardor leonado del oro, y al terminar se abandona con decencia y, por el abatimiento de la e muda, prolonga indefinida su entrega llena de reserva.


de Las palabras



Jean-Paul Sartre nació en París, en 1905, y murió en todas partes, o acaso en ninguna, en 1980. Vaya aquí este pequeño homenaje a uno de los mayores escritores de todos los tiempos.





domingo, 11 de noviembre de 2007

pulgarcito

Ya no importa el afán con que busqué besarte la boca,
ni importa que septiembre asome con corona de caléndulas;
esta tarde palpo con el tacto de la voz una verdad pequeña
y es que, quiera o no te quiera, condenado quedo a tu belleza.

Ya no me inquieta el invierno frizado, la tarde rota por el sol
o las amatistas engastadas tras el bucle fluvial de los rizos lacios,
ni los silencios atenienses con que nos besamos vocingleros cuando amantes,
pues el amor desarma con sus abrazos espartanos los blasones florales de la risa
más pintada.

Ya no me importa la tilde bien peinada de mi nombre
o que el diptongo dúctil del tuyo se manche de haches;
ya no me importa que la flor que te ofrecí se marchitase,
que no seas ni media naranja, ni me ames.

Me niego a aceitar los rulemanes del olvido,
a sumar las edades y promediarlas con buena nota de concepto,
a esperar a crecer, medirme el talle,
o a amanecer contando las estrellas.

Ya no me importa el tanto afán que puse,
la paga innoble en tu acertijo de silencio,
ni el vestido de novio que vestí frente el espejo.

Que ponerme triste por cosas que no se pueden remediar…
que ponerme triste por ser vos linda y no gustarte yo…
es como rascarse los granitos
con dolor de uña.

Jota D´alessandro

miércoles, 7 de noviembre de 2007


y si escribo es por no gritar
y si grito es por no llorar
¿y si muero?

lunes, 5 de noviembre de 2007

la realidad








Detrás de las cortinas está la realidad,
detrás de este humo está la realidad,
detrás de tanta niebla y barro,
hay realidad.

Y detrás de todo el ruido
también
debe haber
la realidad.

Pero sucede que yo soy el ruido y la niebla y el humo y las cortinas y el barro,
y me temo que detrás de mi,
no hay nada.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Un Árbol Venenoso



Estaba enojado con mi amigo:
le manifesté mi ira, la ira terminó.
Estaba enojado con mi enemigo:
me quedé callado, y mi ira aumentó.

En el miedo la fui regando,
de noche y de día con mis lágrimas;
con sonrisas la fui asoleando,
y con sutiles y arteras estratagemas.

Así creció de día y de noche,
hasta volverse una brillante manzana;
y mi enemigo observó su brillo,
y supo que era mía,
y furtivo entró a mi jardín
cuando la noche envolvió al follaje.

Por la mañana satisfecho vi
a mi enemigo exánime bajo el árbol.
William Blake

jueves, 1 de noviembre de 2007

demasiado tarde para lágrimas (eternidad III)



Siempre es demasiado tarde, para todo.

Si nos detenemos un momento a pensar antes de realizar una acción cualquiera, advertiremos que ya pasó el momento, ya que siempre ya es tarde. Quizás se deba esto a que somos nosotros mismos quienes llegaron tarde al mundo de la existencia, y como consecuencia lógica todas nuestras acciones resultan vanas, inútiles, y fatalmente prescindibles para el ordenamiento (o des-ordenamiento) cosmológico. Si cada uno de nosotros mismos somos y estamos de más, nuestros actos, dependientes ontológicamente de nosotros (como causa origen), también serán y estarán de más. No hay ninguna necesidad para hacer nada. Más bien, no hay ninguna razón ni legalidad que rija acción alguna.

No quiero decir que todo ha sido hecho/pensado. Ni tampoco pretendo hacer un elogio a la quietud. En verdad lo que quiero decir es todo lo contrario a eso.

En una concepción del tiempo como linealidad que avanza desde un principio hasta su irremedible final apocalíptico, quizás tenga sentido una llegada tarde que nos ubique a la postre de los hechos históricos determinantes. En una historia religiosa (judeocristiana, marxista o maniquea) teleológica que ubique al paraiso como fin de los tiempos, todo aquel que osare caer en la mundaneidad luego de que el paraiso haya tenido lugar, habrá de sentirse desesperadamente retrasado. Personalmente considero al paraiso como el período de tiempo que transcurrió desde el inicio de los mismos hasta el momento de mi nacimiento. Es decir, llegué justo despues del derrumbe del paraiso.
(...)

Ahora bien, si nos arrojamos a un tiempo circular, eterno, donde el principio y el final no son dos extremos de una línea sino todos y cada uno de sus puntos-instantes, habremos de entender que lo que hoy vemos en el mundo, de hecho siempre estuvo ahí. Se trata de una creación eterna, sin principio, sin final, dónde nuestras acciones poseen la misma significación sin sentido determinado. El único parámetro firme en este escenario no es otra cosa que el yo. Es uno mismo quien otorga sentido a lo fenoménico, a las cosas, a todo. A nada. Es nuestro proyecto lo que hace del árbol un estorbo o un modelo pictórico. Nosotros y nada más que nosotros. Yo, y nadie más que yo.

El hecho en sí está de más, no importa. Pero si yo lo quiero, pues entonces será hecho. Sin otra razón, sin otro fundamento que la propia voluntad. Una voluntad no regida por nada más que yo. Sin razón, sin fundamentos.

martes, 30 de octubre de 2007




Sucede a veces el silencio,
con su voz de ausencia y soledad.
y soledades.

Fantasmas de mil rostros,
de cada mujer que tuve,
pero nunca tuve.

Sucede también que sangran mis ojos
al verte donde ya no estás,
al llorarte donde nunca lastimás.

Yo vomito el vacío de mí.

sábado, 27 de octubre de 2007



Una flecha con mi nombre rompe el cielo
y se pierde entre el jamás y el para siempre.
Un arco que no entiende de sangre,
no entiende de invasiones, ni victorias
ni de muerte.


Un cuerpo que se molesta a si mismo,
y un deseo idiota.
Ya no existir.

miércoles, 24 de octubre de 2007



Dicen que hay en ésta ciudad
un tranvía,
que viaja a bordo de nuestros cuerpos,
que viene desde la noche
y que cuando no podemos siquiera volar
nos trae de vuelta a casa
a ésta ciudad, la mía.
A este cuerpo,
que es de nadie.

Absurda ciudad de gritos cuajados en cables
de fibra óptica,
que de óptico poco tienen,
que transmiten un aburrimiento metafísico
entre lágrimas y corazones
siempre falsos.

Absurdo cuerpo éste, que encerrado en un alma tan efímera,
se ahoga en un charco de ginebra,
y se esconde entre Sísifo y su piedra.


Siempre en los mismos lugares
siempre tan comunes.

martes, 23 de octubre de 2007

eternidad II


Las cosas no suceden la primera vez
las cosas son pura repetición de si.
Como cuando explota un vaso,
nace un hijo o te das un beso.

No es en ese momento, es después.
Siempre,
es después.

Vos la ves venir,
y te agachas mientras la cosa pasa.
Desde luego la ves, y comprendes que estuviste,
vivo,
quizás.

Te ves-ahí.
Como un-otro-para-vos-mismo.

Pero algunas veces sucede un instante
que no es ni siquiera futuro,
ni pasado ni presente,
no.
Y tampoco todo eso junto.

Es un ahora fuera del tiempo,
afuera de vos y de tu mente ordeñada.
Acaso sea lo eterno desde la nada,
y nosotros otra nada inmóvil,
fuera de si.

sábado, 20 de octubre de 2007

primavera cero


Yo no sé de amores de verano,
Yo no sé de primaveras adolescentes
y césped en círculos.

No comprendo el lenguaje del sol,
que ciega y arde,
y no ve.

Tal vez en las sombras se escuchen las voces eternas,
de borrascas y distancias y cenizas.

Tal vez no.

jueves, 18 de octubre de 2007


Una carta que no llega
y un vaso de vino sobre el escritorio,

La génesis del arte es ver las flores del otro lado del río.
Es vomitar el silencio,
y las lágrimas del silencio,
y los gritos de un silencio
…tan aciago,
…tan incierto.

Es verte a vos mismo desde el otro lado del ruido,
y no poder llegar.

martes, 16 de octubre de 2007



Sentí un adiós en mi inconsciente
y mis huesos me asfixiaban,
y mis manos se exprimían.
Y sólo entonces logré encontrarme
en el vacío de los tiempos,
de los días vida,
que no dejan de fluir.

Entonces tuve que escurrirme
en el balde negro de la ausencia.
De los que negaron la existencia
Que ya nunca fue tan absurda
como el día en que no me vi
nunca más.

Y las horas se dormían
suspiradas horas secas
que sueñan una vida, de encierro y paredón.
De sangre y nieve y sol.

Y los días que las buscan
entre cadenas de estalactitas y azares cotidianos,
a esas horas pérfidas que,
fatídicas,
los dejaron solos
conmigo
y nadie más.

domingo, 14 de octubre de 2007

lago onelli, santa cruz

En las aguas de la certeza
nos hicimos la promesa de los lagos de Pokhara,
y el perfume que emane del sexo se fundirá en nuevo grito.




y un paisaje endemoniado!

jueves, 11 de octubre de 2007

el padre

El mejor parricidio es el que no es necesario. Claro, si vos sentís la necesidad de matarlo es porque su existencia te pesa, porque te presiona demasiado, y no te deja ser, entendés. Y pensás que matándolo te vas a sacar esa carga de encima. Pero después te das cuenta que no, que la ausencia es todavía mas densa. Atrás del cuerpo aparece una sombra burlona, que esa sí no la vas a liquidar ni con veinte litros de… ¿Qué veneno usaste? Claro, amoníaco. Es que el hijo no quiere matar al padre, es el padre el que se empeña en hacerle creer eso. Es como que le dice mientras yo viva vos vas a seguir siendo un chico, no podes crecer, si creces me matás. Lo tantea, viste. Es una manera de probarlo, o de provocarlo mejor dicho. Quiere ver si se anima a crecer, o a matarlo, que es lo mismo. Y acá esta el punto, porque esa muerte, no es la del veneno, o la muerte del fierro si hubieras elegido la escopeta. Es otra cosa.

Acordate de Parménides sino. Vos leíste algo de Platón ¿no cierto?. Bueno, el loco de la teoría de las ideas necesitaba correrlo del centro al padre. Por eso del ser y del no ser, que era imposible el no ser, viste. ¿Lo leíste o no? No me contestás, bueno, ya vas a tener tiempo para estudiar filosofía, sos joven todavía. Tiempo es lo que sobra, no te preocupes. Bueno, te decía, Parménides había dicho que como el no ser es imposible, entonces todo es. Y como el no ser no se puede pensar, todo lo que pensamos es, algo así. Después vinieron los sofistas que, refugiándose en el Padre Parménides, decían que era imposible el error, que si todo lo que pensamos es, entonces es verdadero porque lo falso no es. Y bueno, Platón se ponía loco. Se le venía abajo toda su fantochada del ámbito suprasensible, y la idea del bien… y la caverna ¡todos adentro de la caverna! Imaginate, le estaban eliminando sus parámetros para juzgar lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. Entonces tuvo que plantársele a Parménides, y decirle mirá, te agradezco profundamente todo lo que nos has enseñado pero ahora yo, que he crecido, te marco esto, un error: el no ser es posible, ahí te equivocaste, y lo mató, lo mató….

Pero no me hagas caso, esto ya lo vas a estudiar en algún momento. Además siempre tenés que desconfiar de la gente que te habla de los griegos como si fueran vecinos del barrio. Son cosas de viejo. Bah, qué te voy a contar a vos, si me conoces hace como veinticinco años. A ver, veinticinco… vos tenés veintisiete ahora, y claro, hace dos años me trajiste el café con… ¿amoníaco era?

miércoles, 10 de octubre de 2007

eternidad


Y de pronto todo vuelve a ser como nunca fue,
y la nada es eterna aquí.