domingo, 18 de noviembre de 2007





Ella mira por la ventana y llora lágrimas digitales, piensa que su futuro está desconectado. No hay sistema de pensamiento que pueda explicar su alma, no hay sistema de realidad en el que pueda insertarse sin producir eso que algunos viejos sabios llaman angustia del que sabe que se muere. Ahora se pone su pulóver marrón y enciende la radio. No sabe que la muerte tiene forma de sinfonía –sólo lo sospecha. El viento que cierra la puerta, el viento que cruza fronteras y que lleva sábanas de una terraza a otra. Empuja la puerta que estaca su grito al concierto de interrogantes. Y ella sigue llorando, sin siquiera saber por qué.

Joaquín está escondido detrás de un viejo Renault abandonado. La mira a través de la ventana, y piensa que si fuera poeta, ella podría ser su musa cardinal. Con ella como inspiración escribiría los versos más bellos, más tristemente bellos. Se imagina sentado en una mesa de Corrientes, entre cafés y sonrisas tristes. Si tan solo fuera poeta – se repite. Pero no, el que no sabe escribir, ni cantar ni nada, solo y sólo se queda con la tristeza. La tristeza del que sabe que vive sin sacar nada-de-sí, y después se muere.

Yo, que miro desde adentro del auto, los conozco a los dos. Y sé que en el fondo ambos desean lo mismo. Bien saben que luego de esta vida serán nada, y precisamente por eso es que quisieran poder encontrarse y regalarse un pequeño instante de eternidad. Un breve lapso eterno, que siempre es igual. Que siempre dura nada, y después se desvanece. Se muere.

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