viernes, 10 de abril de 2009

Este blog no va más. O al menos no como hasta ahora. Ya fue, la literatura no pasa por los blogs. Alguien que se pretenda escritor tiene cuadernos "Gloria" llenos de versos, relatos y frases inconexas. Se junta con otros amigos que, como él, también prefiguran para ellos un destino literario, y se leen mutuamente sus porquerías. Quizás, en el mejor de los casos, con un poco de talento y mucho de insistencia -y suerte- viene alguien y se los publica. En fin, eso es un escritor, alguien que escribe. Y que lo que escribe lo escribe en tinta, papel, materia. En un substrato físico. No virtual. El virtual no es un escritor, es un blogger. Un blogger es como un escritor, pero sin talento ni transpiración. Un blogger es un boludo con internet y una prosa horrible.

Si yo no quiero ser escritor, ni mucho menos un blogger... ¿Qué carajos?

Voy a dejarle la contraseña de este blog a la gente que vive debajo de mi cama, para que hagan lo que quieran. Para que lo llenen (¿Para que llenen qué? si esto es el no-lugar, la nada. ¿Cómo se llena la nada? Tendrán que vérselas con este problema los nuevos bloggers, porque yo me borro) con sus frustraciones, sus sueños, sus experiencias, sus miedos, sus deseos. Pero los de ellos, no los míos. Lo que yo escriba o deje de escribir de ahora en adelante, no verá la luz cibernética.

Así me despido. Así le pego una patada en el culo a este blog, para que siga volando gracias a la inercia a la que lo someto (que según dicen, en internet es perpetua y definitiva).

Los dejo con Miguel. Chau.

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Y te digo que se lo merecían mirá, viejas de mierda.

Yo había entrado para comprarte un huevo de pascuas, y me tengo que bancar eso... ¿Qué querías que haga? Dos viejas de mierda quejándose del calor, que ya estamos en abril che, que no puede ser. El pibe que vende café les dice que hay que aprovechar el día, que está hermoso, que vayan al parque a mirar los pajaritos, qué se yo. ¿Y sabés qué le contestan? No Martín, al parque ya no se puede ir, hay cada cara que Dios me libre... y miran, preocupadas, la puerta abierta. Nadie pasaba por la calle a esa hora. Qué serían, las tres de la tarde mas o menos. La siesta del feriado es sagrada en el barrio, viste.

Las viejas tenían miedo. Miedo de mí, porque yo soy uno de esos negros que coparon el parque. Por mi culpa ya no pueden ir a tomar sol, a pasear por el rosedal, ya no pueden hacer un carajo. Se tienen que quedar en su casa mirando la tele. Y tienen que tener cuidado. Sobre todo con las cosas que dicen, porque no vaya a ser cosa que se les escape esa lengua larga de vívora que tienen adelante de un portador de cara. Y eso es lo que soy yo, un portador de cara, ¿No lo dijo tu viejo el otro día? Porque yo lo escuché, me hice el boludo pero lo escuché. Que con esta jeta me tenían que llevar en cana, sobre todo ahora que me dejé el pelo largo y no me afeito más.

Pero bueno, lo de tu viejo después lo hablamos. Ahora estamos con las viejas. Me miraban de reojo, trataban de disimular, y no hay nada más patético que dos viejas tratando de disimular una situación tensa. Yo ya estaba harto, hasta las bolas estaba ya. Así que me fui sin comprar el puto huevo -perdoname que no te lo compré, pero te estoy tratando de explicar por qué-, las esperé en la esquina y les di un buen susto. Jajaja, sí... estuvo bueno. Se cagaron bien las patas y se fueron rajando. Ahora no solo no van a ir más al parque, ni siquiera se van a animar a salir a comprar café.

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