"COS PEOPLE BELIEVE THAT THEY´RE
GONNA GET AWAY FOR THE SUMMER"
Buenos Aires en enero es otra ciudad. Es como una ciudad extraña para sí misma y para sus propios habitantes. Para los que se quedan acá. Porque los que están de gira por el mundo deben creer que Buenos Aires sigue siendo igual a la Buenos Aires que ellos abandonaron. Que Buenos Aires sigue siendo Buenos Aires. La misma ciudad donde pasan el resto del año. Pero la verdad es que Buenos aires en enero es una ciudad exótica. Quedarse acá es otra manera de viajar. Más barata, más compleja que simplemente subirte a un avión y jugar a ser un cosmopolita durante quince minutos.
No se bien por qué, pero esta ciudad me pega en algún lugar adentro. Como dice Andrés, Buenos Aires es mía, me la quedo con toda su porquería. Aunque no sé. Buenos Aires no es mía. No es eso. No es tanto una relación de propiedad como de identidad. Buenos Aires soy yo, y me la quedo porque me quedo conmigo.
Hoy, por ejemplo. La lluvia de esta mañana. Caminar la Plaza de Mayo con esa lluvia cayéndome. Mojándome el alma que creía herida. Lloverme a mi mismo. No está mal eso. Hablar con la gente, con gente cualquiera. Ver los mismos lugares desde otro lugar. Ver el mismo cielo, desde otro cielo.
Bueno, pedazos de cielo. Desde acá sólo podés ver pedazos de cielo. Viñetas de cielo, fragmentos. Para ver cielo tenés que ir a campo. A la pampa. A esa pampa que es ya una extensión infinita de Buenos Aires, o viceversa. Porque... quién puede decir exactamente dónde termina la ciudad y empieza el campo?? Según Bioy esa transición ocurre a pasos de la Plaza San Martín (lo dice en "Historias de Amor", en el segundo o tercer cuento). El místico Martinez Estrada sabía decir que en realidad no hay diferencia entre pampa y ciudad. Que la pampa palpita bajo el cemento de la nueve de julio, bajo los asientos del Colón. Scalabrini, algo parecido.
Así que si querés ver el cielo, y no meros pedazos recortados por edificios y cables y antenas, andate al campo. O sino también podés intentar trepando hasta la terraza del rascacielos más alto de la ciudad. Desde ahí arriba vas a ver cielo y náda más que cielo. Vas a estar tan alto, tan cerca del cielo que con sólo estirar el brazo vas a poder alcanzar el tapón del cielo, que es el sol. O la luna, no se bien. Bueno, no importa. Te vas a dar cuenta. Y cuando estés ahí, con el piolín del tapón del cielo en la mano, tirá, tirá bien fuerte, tirá con todas tus fuerzas y sacalo. A ver qué pasa.
No se bien por qué, pero esta ciudad me pega en algún lugar adentro. Como dice Andrés, Buenos Aires es mía, me la quedo con toda su porquería. Aunque no sé. Buenos Aires no es mía. No es eso. No es tanto una relación de propiedad como de identidad. Buenos Aires soy yo, y me la quedo porque me quedo conmigo.
Hoy, por ejemplo. La lluvia de esta mañana. Caminar la Plaza de Mayo con esa lluvia cayéndome. Mojándome el alma que creía herida. Lloverme a mi mismo. No está mal eso. Hablar con la gente, con gente cualquiera. Ver los mismos lugares desde otro lugar. Ver el mismo cielo, desde otro cielo.
Bueno, pedazos de cielo. Desde acá sólo podés ver pedazos de cielo. Viñetas de cielo, fragmentos. Para ver cielo tenés que ir a campo. A la pampa. A esa pampa que es ya una extensión infinita de Buenos Aires, o viceversa. Porque... quién puede decir exactamente dónde termina la ciudad y empieza el campo?? Según Bioy esa transición ocurre a pasos de la Plaza San Martín (lo dice en "Historias de Amor", en el segundo o tercer cuento). El místico Martinez Estrada sabía decir que en realidad no hay diferencia entre pampa y ciudad. Que la pampa palpita bajo el cemento de la nueve de julio, bajo los asientos del Colón. Scalabrini, algo parecido.
Así que si querés ver el cielo, y no meros pedazos recortados por edificios y cables y antenas, andate al campo. O sino también podés intentar trepando hasta la terraza del rascacielos más alto de la ciudad. Desde ahí arriba vas a ver cielo y náda más que cielo. Vas a estar tan alto, tan cerca del cielo que con sólo estirar el brazo vas a poder alcanzar el tapón del cielo, que es el sol. O la luna, no se bien. Bueno, no importa. Te vas a dar cuenta. Y cuando estés ahí, con el piolín del tapón del cielo en la mano, tirá, tirá bien fuerte, tirá con todas tus fuerzas y sacalo. A ver qué pasa.
2 comentarios:
Siendo parte del grupo que juega a ser cosmopolita por 15 minutos mientras se sube a un avión,puedo decirte que cada vez que regreso a Buenos Aires.. es un respirar bien profundo y sentir que volví a mi ciudad. Por mas países y ciudades que recorra, buenos aires siempre sigue siendo la favorita.
Y sin duda que pasé algun enero paseando por sus calles, preguntándome porque la gente no disfruta un poco más de la ciudad vacía.. Pero me parece que la satisfacción mas grande es la que contaba al principio: la de volver a buenos aires.. y no la de quedarse en ella.
Porque.. de eso se trata la vida en general... de probar y elegir.. de degustar y seleccionar..
La lluvia de Quito en nada se parece a la lluvia porteña..
Aca uno se moja distinto.. es como si el ecuatoriano no disfrutara de esas gotitas cayendo sobre los hombros..
Porque aca la niebla es espesa y cotidiana.. las nubes bajan y estando a 2800 mts sobre el nivel del aire, hasta el aire se huele distinto.
Aca se ve muuuucho más cielo que en Buenos Aires... pero nada se compara con la satisfacción de escaparse de la ciudad y descubrir el cielo estrellado.
Muy bueno estimado. Estaré siguiéndolo ya que me parece muy interesante lo que escribís. A mi también me parece profundamente estético eso bizarro que es parte la vida (al mejor estilo Casero) Saludos.
Publicar un comentario