viernes, 22 de agosto de 2008

Estación

Ya eran las ocho cuando unos ladridos lo despertaron. Se había acostado después de armar la valija. No quería dormir, pero el ventilador con su ruido y movimiento hipnótico, provocó en él un estado de letargo que no tardó en transformarse en una siesta. Se levantó puteando y después de lavarse la cara tomó un taxi hacia la estación. Se sentó en el asiento trasero y revisó el pasaje y sus documentos. Al llegar a la estación ya eran las 20.15 y su tren salía a las 20.05. Corrió hasta el andén y se sentó en un banco de madera. Notó la ausencia casi total de personas. Varios empleados de limpieza, un viejo que fumaba en pipa y un chico que vendía café. Le compró uno y después encendió un cigarrillo.

Ya eran ocho y veinte, y él estaba en el lugar indicado. Sólo podía esperar. Podría esperar todo lo que fuera necesario. No tenía nada más importante que hacer de su vida que tomar ese tren. Tren que lo llevaría de vuelta con Elina. Después de quince minutos sentado, Ignacio pensó que el tren ya nunca vendría, o que quizás fuera peor y no había nadie esperándolo. Insertidumbre, Angustia, Arena-de-reloj-de-arena-en-la-boca.

Compró otro café. Intentó preguntarle algo al chico, pero sólo le respondió con una mirada sin expresión. Ya había pasado media hora desde su llegada y el tren no aparecía. Miró su pasaje. Releyó por vigésima vez el número del andén, 24, la ciudad destino, Buenos Aires, y el horario de partida, 20.05 hs. Lo sepultó en el bolsillo del sobretodo y encendió otro cigarrillo. Mientras fumaba extrajo la carta de Elina que había recibido el día anterior. Era una carta hermosa. Hablaba allí del viaje al sur de Franciaa que querían hacer juntos. Hablaba de una segunda oportunidad. Dobló prolijo la carta y la guardó en el mismo bolsillo donde había dejado el pasaje. Se sintió absurdo, un coleccionista de pagarés vencidos.

Eran las nueve cuando se dio cuenta de que su tren ya había salido, que lo había perdido. Pero permaneció sentado en el mismo banco, fumando el mismo cigarrillo y con la misma taza de café en su mano. Ya no podía abandonar la estación, no podía volver a ninguna parte.

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