jueves, 28 de agosto de 2008

El nombre de la Mariposa.


Dedos que gotean letras,
letras ciegas, que solo saben decir tu nombre.
Palabras, que para ocupar tu espacio ausente
se derraman en manchas, en lluvias, en soles,
en otra gente.

Camas apretadas en el medio de la noche,
oscuridad despierta, suspiros, jadeos.
Arañas en sueños, y un par de pies
descalzos que las matan, que las pisan.
Que las matan.

Y te vas, te echo. Pero no te vas porque te echo.
Me dejás, y me quedo. Soy vos en tu lugar.
Sueño tus sueños, tomo tu desayuno, y tu colectivo en tu parada. Voy a tu clase, y después, al tiempo, me encuentro a mi. Te saludo, me doy un beso, y vuelvo a ser yo: Diego, el que derrama letras.
Yo, Tu nombre..

lunes, 25 de agosto de 2008

Sola y su alma

Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.

Thomas Bailey Aldrich (1836-1907)

viernes, 22 de agosto de 2008

Estación

Ya eran las ocho cuando unos ladridos lo despertaron. Se había acostado después de armar la valija. No quería dormir, pero el ventilador con su ruido y movimiento hipnótico, provocó en él un estado de letargo que no tardó en transformarse en una siesta. Se levantó puteando y después de lavarse la cara tomó un taxi hacia la estación. Se sentó en el asiento trasero y revisó el pasaje y sus documentos. Al llegar a la estación ya eran las 20.15 y su tren salía a las 20.05. Corrió hasta el andén y se sentó en un banco de madera. Notó la ausencia casi total de personas. Varios empleados de limpieza, un viejo que fumaba en pipa y un chico que vendía café. Le compró uno y después encendió un cigarrillo.

Ya eran ocho y veinte, y él estaba en el lugar indicado. Sólo podía esperar. Podría esperar todo lo que fuera necesario. No tenía nada más importante que hacer de su vida que tomar ese tren. Tren que lo llevaría de vuelta con Elina. Después de quince minutos sentado, Ignacio pensó que el tren ya nunca vendría, o que quizás fuera peor y no había nadie esperándolo. Insertidumbre, Angustia, Arena-de-reloj-de-arena-en-la-boca.

Compró otro café. Intentó preguntarle algo al chico, pero sólo le respondió con una mirada sin expresión. Ya había pasado media hora desde su llegada y el tren no aparecía. Miró su pasaje. Releyó por vigésima vez el número del andén, 24, la ciudad destino, Buenos Aires, y el horario de partida, 20.05 hs. Lo sepultó en el bolsillo del sobretodo y encendió otro cigarrillo. Mientras fumaba extrajo la carta de Elina que había recibido el día anterior. Era una carta hermosa. Hablaba allí del viaje al sur de Franciaa que querían hacer juntos. Hablaba de una segunda oportunidad. Dobló prolijo la carta y la guardó en el mismo bolsillo donde había dejado el pasaje. Se sintió absurdo, un coleccionista de pagarés vencidos.

Eran las nueve cuando se dio cuenta de que su tren ya había salido, que lo había perdido. Pero permaneció sentado en el mismo banco, fumando el mismo cigarrillo y con la misma taza de café en su mano. Ya no podía abandonar la estación, no podía volver a ninguna parte.