sábado, 26 de abril de 2008

there are places i remember...

me acuerdo que cuando era chico me llevaban a lugares donde yo no quería ir, por ejemplo la iglesia, o un restaurante por el barrio de floresta con nombre de vieja chota (tía margarita se llamaba, creo que ya no existe más). cuando uno es chico siempre "lo llevan" y se tiene que comer todo lo que le dan. es jodido a los 8, 9 años levantarse de la mesa y decir "me voy a comer a casa, este lugar es una mierda". al menos yo nunca me animé a hacerlo. tampoco me animaba a irme de la iglesia. a la iglesia me llevaban los curas del colegio principalmente, pero también iba con mamá. ella me llevaba con mi hermano y a veces también venía papá. creo que a él, a pesar de ya ser grande en aquella época, también "lo llevaba" mamá, porque a veces nos escapabamos los tres (papá, matías y yo) y nos íbamos a jugar al fútbol al parquecito que está en la entrada. pero eso solo era cuando venía papá, porque mamá no nos dejaba salir solos. y los del colegio menos que menos. nos llevaban una vez por semana a confesar nuestros pecados. a mi siempre me tocaba con el padre carlos, que tenía la costumbre de cachetear, al mejor estilo timoteo griguol, a los pecadores al abandonar el confesionario. el padre carlos me daba miedo porque hablaba raro y tenía un estilo muy dramático para dar la misa, y como a mi siempre me sentaban en los bancos de adelante, a veces me miraba a los ojos, y realmente me asustaba. también me asustaba cuando decía "tomad y bebed todos de él, porque esteselcalizdemisangre...", se creaba una tensión tan grande que me daba la sensación de que el espíritu santo haría explotar la copa de vino (¿o debería decir sangre?) sobre mi cabeza.

pero a la vez existían otros momentos en los que me vengaba, íntimamente, del padre carlos. eran situaciones ficticias. o juegos mentales que diego crea para satisfacer su juguetona imaginación, como diría la psicopedagoga que me atendía por ese entonces. como por ejemplo la parte de la misa donde el padre carlos decía "la paz esté con vosotros" y nosotros le contestábamos "y con tu espíritu". ese era un momento de éxtasis íntimo para mi porque aquella respuesta "y con tu espíritu" me sonaba exactamente igual a decirle "que te recontra". y acentuaba la ese de espíritu como se acentúa la erre de recontra, y lo miraba fijo a los ojos al padre carlos y le decía "y con tu espíritu", pero en realidad le decía "que te recontra hijo de puta". y esa puteada solitaria me hacía sentir divertido y culpable a la vez, porque "en la casa del señor no se tienen malos pensamientos".

después nos hacían volver al colegio por una puertita lateral que comunicaba directamente con el patio. era como un túnel medieval, que a mi se me hacía muy parecido a los pasillos del cementerio. de chico tenía la tendencia (y creo que todavía la conservo) a pensar que las iglesias y los cementerios son lo mismo. todos siempre en silencio, con caras de "no-la-estoy-pasando-bien-acá-y-me-quiero-ir-ya", hablando con gente que ya no existe o amigos imaginarios. nunca entendí esas cosas, y de chico mucho menos. para mi era todo como un gran chiste. siempre esperaba el momento en que llegara el remate y el cura largara una carcajada que sería el final, y todos diríamos, ok ya está. podemos ir a casa y olvidarnos de esto. pero ese remate nunca llegó, y el chiste se me está haciendo demasiado largo. el cura sigue hablando en el altar, la gente muerta sigue viviendo entre flores y recibiendo visitas de más gente muerta que va a llorar y a dejarles cartitas, y cosas. ahora me acuerdo que además de la iglesia y ese restaurante de mierda también me llevaban al cementerio a dejarle flores a la abuela julia. yo la quería a la abuela julia, pero la quería mientras vivía. después ya no pude seguir queriéndola. la extrañaba un montón, sí, pero no la quería, y eso me hacía sentir malo. papá me preguntaba "cómo no la querés más a la abuela? con todo lo que ella te quiere a vos, su nietito mayor..." y yo me sentía una basura, porque realmente no la quería. tenía ganas de correr y esconderme y llorar porque era re malo con mi abuelita. tenía ganas de volver a encontrarla y decirle "abuela te quiero", lo que hubiera sido absolutamente sincero. pero solamente lo hubiera sido si la encontraba, lo cual era imposible básicamente porque ya estaba muerta.

me acuerdo una tarde super fría de domingo la fuimos "a visitar" y matías le dejó pegada una cartita que le había escrito con ayuda de mamá y tía marta. "para mi angelito de la guarda que me cuida desde el cielo", así decía la carta. ocho años tenía yo, tenía ocho años y le dije a mamá "matías es tonto, de todos los abuelos que tenemos la única que no nos puede cuidar más es la abuela julia. cómo nos va a cuidar si ni siquiera puede jugar con nosotros ya?". mamá se sonrió pero después se tapó la cara y se puso a llorar. era la primera vez que la veía llorar, y la abracé y le dije que no llorara, que yo a ella la iba a cuidar siempre. que iba a estudiar mucho para cuando sea grande poder comprarle una casa con jardín y muchos perros porque yo no voy a tener hijos ni me voy a casar, mamá, voy a quedarme a vivir con vos y con papá en una casa grande con jardín y muchos perros. y nunca más, mamá, le dije llorando, nunca más quiero venir al cementerio.

viernes, 11 de abril de 2008

el fuego petrificado que me imboca
que me seduce con gritos incendios
espera de mi la fútil derrota,
espera de mi que escriba este verso.

supongo algún día entenderé sus risas
y espero estar vivo y hasta poder apreciarlo.
hoy son cenizas las alas de mi alma,
hoy es mi vida la que pierde brillo.

pero sucede a veces el silencio de vos
y sucede con una crueldad inefable,
que ahora sigue este espectro burlón
que se pasea por el límite de mi borde.

domingo, 6 de abril de 2008

ella duerme en mi cama
yo busco una entrada a su sueño
o a su médula
y doy vueltas a su alrededor hasta morir de invierno

aunque ahora soy libre de ella
y me muevo como un gato salvaje
y corro
y salto
y me arrastro
y canto a la luna desde el tejado de su casa
o de una casa cualquiera
todavía espero el momento oportuno
para arañar las cortinas de su dulce corazón

y desangrarme las garras
y desguazarme las guerras
y destrozar mis memorias
y mis guitarras
y mis arterias

pero me arden los colmillos de tanto morder carne fácil
me arden los ojos y las almas rotas
rotas
como la sombra de su recuerdo
que yace
ahora
muerta de invierno
en mi cama

viernes, 4 de abril de 2008


Paraíso
Will you still need me, will you still feed me, when I´m sixty-four?
Paul McCartney
Hacía calor y ya empezaba a lloviznar. Por suerte habíamos llevado un paraguas que después enterramos en la arena para meter nuestras cabezas abajo y poder fumar. Mariela corría por la orilla y proyectaba una sombra lunar un tanto tétrica. Mariela era un perro con hocico de perra. Era divertido verlo corretear y saltar, y mojar sus patitas en la espuma salitrosa y venir a nosotros y ladrar y volver a irse. Le habíamos puesto Mariela porque nos recordaba a una compañera del secundario que tenía cara de perro. En fin, esto no es importante. Cuando uno tiene cierta edad y empieza a relatar una historia que ocurrió en su juventud corre estos riesgos, se va por las ramas y elude los hechos esenciales. Te decía, el perro corría por la playa que, más allá de nosotros, estaba desierta. Eran como las 2 de la madrugada ya, el resto de los chicos del grupo se habían ido a dormir o seguían en el bar tomando cerveza. Pero como era la última noche, con tu abuela decidimos ir a despedirnos del mar.
Casi no habían olas, se escuchaba más el ruido de las gotas de lluvia cayendo sobre el paraguas que el oleaje del mar. Estaba hermoso, esa noche creí haber entrado al paraíso. Tu abuela tenía una sonrisa en su rostro que te elevaba a otro mundo. Esa sonrisa te hacía sentir que la maldad del mundo iba a extinguirse, que el terror y el odio iban a ser vencidos y superados por el amor y la paz. Ojalá la hubieras conocido… Era una mujer inteligentísima, y además muy talentosa. Cantaba como los ángeles, y esa noche cantamos juntos hasta que salió el sol. Mirá, yo tenía esa guitarra que está ahí detrás de la cama, sí, la negra. Creo que esa noche le mostré una canción que compuse para ella y que decía algo de su sonrisa. No exagero Juli, tu abuela tenía la sonrisa más mágica y feliz que vi en mi vida, y esa noche era toda para mi y por mi. Por eso te digo lo del paraíso…
Por suerte no corría tanto viento. Viste como es San Bernardo en invierno, viste que el clima no es muy amigable. Bueno pero esa noche, a pesar de la llovizna, estaba hermoso. Teníamos dos cigarrillos de marihuana que nos había dado uno de los chicos. Nunca habíamos fumado, y queríamos probar juntos. Ella prendió uno mientras yo tocaba una canción de Andrés Calamaro, no me olvido de eso. Ojalá no me arrepienta de haberte conocido decía yo, y la miraba a los ojos. De su boca empezó a salir un aroma dulce, un humo espeso que ascendía lento, mientras las gotas que caían lo iban disgregando en el aire.
Ella también estaba feliz, o al menos contenta. No me animo a decir que yo la hacía feliz, porque eso nunca lo podés saber. Pero se la notaba bien. Sonreía y reía a carcajadas y me miraba con esos ojitos marrones pero verdes que el humo iba coloreando por fuera y por dentro. Cuando me pasó el porrito (así los llamábamos hace cincuenta años) empezó a cantar una canción que habla de una promesa en las aguas de Pokara, y yo la seguí con la guitarra. La cantábamos siempre esa canción. Bendecida se llama, vos la conocés por el tatuaje que tengo en la espalda. Ella tenía una voz dulce, tan melancólicamente dulce, que me daban ganas de llorar cada vez que la escuchaba cantar. Me emocionaba hasta la médula. Después haceme acordar que te haga escuchar algunas grabaciones que hicimos en aquella época, yo con la guitarra y ella cantando. Hace mucho tiempo que no escucho nada de eso, lo tengo que buscar.

Cuando terminamos de fumar le dije que haga un castillo de arena, pero en lugar de eso corrió hasta la orilla y escribió con una rama “Pablo + Julia” y dibujó un corazón en el medio. Y después me dijo que las olas borrarán las palabras y los dibujos, pero se llevarán el mensaje al mar, y el mar es eterno. Y nosotros somos eternos Pablito, te quiero por siempre a mi lado. Yo me quedé callado, ya no tenía nada que decir. Nunca nadie me dijo algo tan hermoso. Y ya no hablamos más, nos abrazamos y nuestros cuerpos se estremecieron mientras la llovizna iba en un crescendo lascivo. Nos detuvimos unos segundos para observar una serie de relámpagos en el horizonte, y después caímos sudados sobre la mantita que ella había llevado.

Cuando volvimos a abrir los ojos vimos a Mariela lamiendo algo, y yo le dije ¿no se estará comiendo el porro no? Y nos reímos. Nos reímos porque era un chiste. ¿Cómo el perro se iba a estar comiendo el porro? No podía ser. Hasta que nos dimos cuenta que no, que no era un chiste. ¡Ese perro de mierda se había tragado el porro entero, no había dejado ni el papel! Estuvimos como media hora riéndonos, esperando que el perro empezara a volar, o que aparecieran duendecitos de colores y se pusieran a danzar a nuestro alrededor.

Nada de eso sucedió. Mariela se fue corriendo y dando saltitos por la orilla y nunca más la volvimos a ver. Y nosotros nos quedamos recostados bajo el cielo, bajo las nubes y la luna. Y yo te aseguro, y mientras te lo digo se me encrespa la piel, te aseguro que esa noche estuve en el paraíso. Eso, como te dije antes, era el paraíso, y lo era porque ella estaba ahí. No existe ni nunca existirá otro paraíso más allá del lugar donde ella esté.