domingo, 24 de febrero de 2008
domingo, 17 de febrero de 2008
El tuvo suerte. Más allá de los méritos personales, tuvo mucha suerte. Porque esa tarde la vio aparecer y supo que era el momento para intentar hacer algo, para sentir algo que valiera la pena. Y el momento indicado no dependía del tiempo, ni de la configuración astral o los designios de los dioses, no. Era ella misma el momento indicado. Con su pelo, sus ojos, sus labios y su sonrisa. Sí… su sonrisa, carajo.
Como de costumbre, no sabía que decirle. Empezó a tartamudear y le habló del sol y del cielo y los edificios de mierda que no nos dejan ver. Que los pedazos del cielo siempre recortados entre cables y edificios amarillos.
Siguió sin saber qué decir durante algunos días, hasta que una noche su mano –esa que tiene vida propia- empezó a hablar. Y tomó su mano, y la arrancó de las sombras y la llevó hasta el centro de la música. Después sus labios bailaron como bailan los carpinteros y las costureras, intentando reparar todo el mal del mundo. O al menos a intentar curar y coser algunas heridas, porque ya no somos tan adolescentes como para pretender salvar al mundo, ¿no? No, dijo ella, al mundo no. Pero creo que vos podés salvar mi vida.
Las palabras, siempre el mismo problema con las palabras. Que no sirven para decir sentimientos, ni siquiera para pensamientos. Pero son inevitables, salen como por boca de rana. Y hablan ¿pero qué dicen? Y gritan pero qué dicen. No sé que son las palabras, y él no sabe qué siente. Nadie sabe nada, pero todos hablamos, y nos decimos como si supiéramos nombrar lo que no existe. Que los sentimientos están en otro lado, y que si querés descubrirlos, problema tuyo. A las palabras las tenés que esquivar como flechas venenosas, porque engañan. Aunque él diga la verdad… miente.
¿Y ahora qué va a decir, que la quiere, y que la extraña? Sí, ¿por qué no? Si es verdad. Pero no, tiene que haber una manera más sublime para expresar esos sentimientos. Uno no puede conformarse con decir “te quiero” o “te extraño”. Desde que el hombre es hombre viene repitiendo esas frases con total impudicia. ¿Qué significa hoy en día decir “te quiero” mientras miramos con ojitos de tonto enamorado? Puede significar todo, o quizás nada. Lo mismo.
Todo esto pensaba él, una noche acostado con ella en la oscuridad de su cuarto. Pensaba esto y trataba de controlar su lengua. Esa lengua, que como la mano también tiene vida propia y a veces habla sola, y se desubica diciendo cosas como te quiero.
Ella sonrió.
lunes, 11 de febrero de 2008
ve lenta hacia mi
como un barco decidido
a no teñir su destino con el humo de relojes
y caléndulas marchitas de antemano
yo soy un pedazo de tiempo perdido en el mar
soy el que robó las guirnaldas a tu faro
y ahora las tira
al otro lado del mar
pero deberás entender que
el que te robe no me hace ladrón
ni el que me pierda te da derecho a buscarme
a encontrarme y después perderme
o dejarme varado en el oleaje de tus besos salados
cómo explicar con palabras explicadas
que el barco en el que hoy me viajo
partió ya mil veces en el futuro
en algún otro futuro tan ajeno a vos
exageremos nuestro amor y digamos que es amor
que existe
jueves, 7 de febrero de 2008
song 4u
yo te doy una canción
en el filo de esta noche
para que mañana el día
juntos podamos iluminar
que tanto sol de mentira
no se quede con tu luz
y sea pura energía
lo que me llegue de vos
cada noche con vos
es siempre la primera vez
de encontrar al amor rendido a mis pies
y hasta cuando con mi piel
desnudo el velo de tus sombras
y dejo marcas infinitas
que serán tu recuerdo
de mi
quiero buscar en vos
y naufragar adentro tuyo
y detener este tiempo en un eterno segundo
porque el unico más alla en el que
mi alma puedo concebir
es el que trasciende a tus puertas
dejame entrar
dejame ver
dejame ser
otra vez en vos
otra vez con
dios
yo te doy una canción
porque canción es todo lo q tengo
y si necesitás abrigo
con mi cuerpo te cubriré
nena cuando estoy con vos
el mundo parece recién pintado
nunca pierdas tu sonrisa
y yo por siempre a tu lado
miércoles, 6 de febrero de 2008
Es raro, pero no puedo disfrutar de tu abrazo, me da lo mismo. Algo así me dijo, y yo me sentí un idiota. Un idiota porque nunca había abrazado a nadie, y porque pensé que en ese momento le haría bien un poco de ¿afecto? Entonces pasé mi brazo por sobre sus hombros, y le dije tranquila, no estés mal, yo te quiero… te quiero ver bien, mientras le secaba las lagrimas con la manga de mi pulóver. No sabía bien qué le pasaba, de hecho nunca lo supe, pero no debía de ser nada bueno. Lloraba un llanto frágil, y tenía los ojitos tristes, más que tristes, apagados. No me decía nada, sólo me escuchaba, o quizás ni siquiera eso. Estuvimos quince minutos así, quince minutos sentados en el cordón del Parque Chacabuco, pensando que lo mejor era no vernos más, que lo nuestro había sido un sueño absurdo, o una pesadilla, no sé, pero mejor terminamos acá, que así no se puede más, Lu, que si vos no estás bien yo no puedo estar bien, y así, durante quince o veinte minutos.
Hasta que me miró como se mira a un fantasma, y me dijo es raro, pero me da lo mismo que me abraces o no, mientras hacía un movimiento sutil, como insinuando que mejor sacame el brazo de encima, que en realidad no me da lo mismo, que me molesta, que me pesa, Diego, tu brazo me pesa. Yo no supe qué hacer con ellos, no sabía donde meterlos. Y desde ese día me pesan a mi, mis propios brazos, me sobran. Por ejemplo ahora, los veo ahí apoyados en el borde del escritorio, moviéndose torpes por sobre el teclado, como dos víboras traicioneras, ajenos a mi cuerpo. Me dan asco. Si no terminaran en dos manos me los haría arrancar. Sobre todo éste, el derecho, el que Luciana se sacó de encima, mientras me miraba impávida.
Creo que en el fondo eso es lo que más duele, la mirada. Esa mirada, era como una mezcla de resignación de vos no me podes ayudar, así que mejor salí, con lástima de sé que te estoy lastimando con esto, pero igual salí, y tal vez un poco de odio de a vos no te pasa nada, hijo de puta, todo te importa nada. Todo eso me gritaba con los ojos, con los labios inmutables, y con el gesto sutil, ese de salí de encima mío.
Y yo… ¿qué más podía hacer? Todavía me lo pregunto. Creo que lo adecuado hubiera sido cualquier cosa, menos sacarle el brazo de encima. Fue como decirle tenés razón, yo no te puedo ayudar, y aunque esto me lastime, en realidad, no me importa. Y me fui. Le dije chau Luciana, y me fui.
Pero me llevé su mirada conmigo, fue ella la que me la arrojó encima. Afortunadamente no habían piedras en esa zona del parque. Creo que la puso, a la mirada, digo que la puso donde nace la columna vertebral, cerca de la nuca, por ahí. Después fue moviéndose por todo el cuerpo, primero giró alrededor de mi rostro. Marchó por sobre mi nariz, como marchan los granaderos, o cualquier milico, da igual. El punto es que me pisoteó la nariz, con bronca. Atinó a meterse por los orificios nasales, pero de casualidad la saqué envuelta en mi pañuelo, el que tiene la D bordada, el celestito, el mío, sí. Y me la puse en el bolsillo. Era obvio que se iba a escapar, y cuando lo logró encaró directamente hacia la bragueta. Creo que se detuvo, fácil, unos 15 días ahí, posadita en mi bragueta. Yo no sé si era una ironía, o qué… pero la verdad es que no me molestaba. Ojalá se hubiera quedado ahí. Pero no. Tuvo que subir. Demasiado previsible, lo sé, y seguramente ella lo sabía también. Ahora creo que sí, que es verdad que a la realidad le gustan las simetrías, será por eso que en este momento hay dos ojos invisibles que me miran los brazos mientras termino de escribir e s t o . o